Educar con empatía: Los beneficios de incluir animales en el proceso de aprendizaje infantil
La nueva forma de educar que apuesta por enseñar valores a través del contacto con animales rescatados.

En los últimos años, ha surgido una corriente educativa que apuesta por enseñar valores humanos a través del contacto con animales rescatados. No se trata simplemente de actividades lúdicas, sino de proyectos estructurados donde los niños asumen la responsabilidad de cuidar, alimentar y acompañar a seres vivos que antes sufrieron abandono o maltrato. En algunas escuelas rurales de México y Chile, estas experiencias han generado una nueva manera de aprender: La atención hacia el otro —ya sea un perro sin hogar o una cabra rescatada de una granja— fomenta la paciencia y el respeto por la vida. En cierto modo, el entorno se convierte en un aula viva, donde las emociones son parte de las actividades escolares. De la misma manera en que algunos adultos encuentran espacios de conexión emocional en plataformas de ocio como https://apuestas-jugabet.cl/casino-en-vivo-jugabet, los niños descubren que cuidar también puede ser una forma de estar presentes y sentir.
Dado que vivimos en un contexto social donde la tecnología y la prisa tienden a aislar, los docentes buscan reconectar a los alumnos con la naturaleza y con los valores de la convivencia, surgiendo así este tipo de proyectos. Por ejemplo, en la ciudad de Córdoba en Argentina, se desarrolla el programa “Aulas con patas”, que comenzó en una escuela pública de Córdoba. Allí, los niños aprendieron matemáticas mientras organizaban la comida de los animales y reflexionaban sobre conceptos como el bienestar y la cooperación. Este tipo de aprendizaje vincula lo racional con lo emocional, algo que los métodos tradicionales tienden a separar. Así, cuando un estudiante observa la recuperación de un perro herido que ayudó a cuidar, comprende el poder transformador de la constancia y el afecto. Es en esos pequeños gestos donde se forma una ética del cuidado que trasciende los libros de texto.
Por su parte, los maestros que participan en estos proyectos observan cambios notables en el comportamiento de sus alumnos. Niños que antes mostraban agresividad o desinterés, expresaron ternura, preocupación y colaboración.
En una escuela de Oaxaca, por ejemplo, un grupo de estudiantes adoptó una pareja de conejos abandonados y diseñó un pequeño refugio para ellos. Lo que al principio parecía una simple actividad artesanal se convirtió en un laboratorio de emociones y cooperación. Los alumnos no solo cuidaban de los animales, sino también unos de otros. La empatía dejó de ser un concepto abstracto y se transformó en experiencia tangible. Cuidar implica mirar más allá de uno mismo, y eso cambia la manera en que los niños perciben el dolor y la alegría ajenos.
Responsabilidad, educación emocional y aprendizaje
Los proyectos con animales rescatados demuestran que la responsabilidad puede enseñarse sin castigos ni sermones. En una escuela de Medellín, los niños rotan cada semana en las tareas de limpieza y alimentación del refugio escolar. Saben que si olvidan una tarea, otro ser vivo puede sufrir las consecuencias. Esa conciencia inmediata hace que comprendan la importancia de sus actos. No es lo mismo olvidar hacer la tarea de matemáticas que dejar sin comida a un gato que depende de ti. La relación afectiva refuerza el sentido del deber, algo que los libros no logran transmitir por sí solos. Así, la escuela se convierte en una comunidad de cuidado mutuo, donde cada acción tiene un peso emocional.
El impacto emocional de convivir con animales no solo enseña empatía, sino también autoconocimiento. Los niños aprenden a reconocer sus emociones al observar las reacciones de los animales: la ansiedad, el miedo, la calma. Un caballo que rehúye el contacto revela historias de trauma, y acompañarlo en su proceso de confianza se convierte en una lección sobre el tiempo y la paciencia. En muchos casos, los psicólogos escolares utilizan estos espacios como apoyo terapéutico, especialmente para alumnos con dificultades de socialización o trastornos del espectro autista. Al cuidar, los niños aprenden a regular sus emociones y a interpretar las del otro.
Por otra parte, los proyectos educativos con animales rescatados también revaloriza el entorno natural y crea sentido de comunidad. En una escuela de Costa Rica, los alumnos participan en la recuperación de aves heridas por cazadores. A través de la observación, entienden los ciclos de la vida y los efectos de la acción humana sobre el ecosistema. La experiencia los sensibiliza ante la biodiversidad y despierta una conciencia ecológica que los acompañará toda la vida. Mientras que también se trascienden los muros escolares, donde los vecinos se involucran, los padres donan alimentos o materiales y las protectoras de animales colaboran con talleres, propiciando el entorno para el desarrollo en comunidad.
Sin embargo, a pesar de los beneficios, no todas las instituciones logran integrar fácilmente estos proyectos. Existen barreras logísticas, presupuestarias y culturales. Algunos directivos consideran que la presencia de animales puede distraer del currículo tradicional o generar responsabilidades adicionales. Sin embargo, las escuelas que han persistido muestran resultados contundentes: mejor convivencia, menor índice de bullying y mayor motivación académica. Cuando los estudiantes se sienten útiles y conectados con un propósito, el aprendizaje fluye de forma natural. El desafío no está en los animales, sino en cambiar la mirada educativa.
Cuidar de animales rescatados no solo genera empatía, sino también compromiso social. Muchos niños que participaron en estos programas continúan, ya adultos, colaborando con refugios o promoviendo campañas de adopción. Son estas experiencias las responsables de promover un desarrollo emocional profundo y una ciudadanía responsable.





