“Riedemann Blues”. Un canto y un alarido de espanto
Critica Literaria por Ramiro Villarroel: “Riedemann Blues”, Clemente Riedemann, Ediciones Kultrún, Valdivia, 2017, 78 páginas.
Para hablar del libro que nos ocupa, “Riedemann Blues”, haremos un tratamiento en que hablaremos en primer lugar de su libro inicial que es “Karra Maw’n”, publicado el año 1984 y que, a nuestro juicio, es el libro que contiene todos los elementos y claves para entender el volumen de la poesía, canto y música que expone precisamente en “Riedemann Blues”, por lo que esta digresión en el comentario crítico creemos que viene a ser una contribución a la lectura de este último libro de poemas.
I
Tener la posibilidad de leer una nueva entrega de Clemente Riedemann nos permite observar que su trabajo mantiene una tendencia clara frente a los temas relacionados con la memoria, la historia, la interculturalidad, el despojo y la barbarie que, con una voz que se asume como colectiva, mas no totalizante, ha venido investigando mediante su creación en el campo estético de manera consistente desde “Karra Maw’n” (Editorial Alborada, Valdivia, 1984, 84 págs.) texto con el cual “alcanzó cumbre, escribiendo uno de los libros indispensables para el Chile de todos los tiempos y la lengua castellana, un libro francamente brillante”, como se refirió a él el destacado poeta Ernesto González Barnert (Temuco, 1978) en una entrevista que éste le hiciera el año 2007.
Clemente Riedemann, pertenece a la generación llamada “del post-golpe”, “del contragolpe”, “de la diáspora” o “del exilio interno” por diversos estudiosos y académicos nacionales, llaman a fijar sus principales características en aspectos como: la reflexividad del texto; que el hablante es siempre un sujeto violentado; con una generalizada tendencia al lenguaje coloquial en función de potenciar lo no dicho y lo sobreentendido, donde no se puede disociar escritura y política, así como tampoco literatura y sociedad. En esta generación podemos incluir a poetas que van desde Rodrigo Lira, pasando por José María Memet, Juan Luis Martínez, Jorge Montealegre, Teresa Calderón, Soledad Fariña, Eugenia Brito, Tomas Harris hasta Elicura Chihuailaf, los que se asimilan en que les ha tocado vivir la poesía “no como literatura, sino como historia”, al decir de Cintio Vitier, el destacado crítico literario cubano, sobre esta generación, a lo que podemos agregar que la producción poética de este autor en particular, más que la producción de una ficción, es más bien un producto relacionado a la memoria. Otra referencia que podemos hacer de este autor se puede establecer en función de los reconocimientos que ha recibido, como son: el Premio Nacional de Poesía Pablo Neruda el año 1990; el Premio Municipal de Poesía de Santiago el año 2002 y el Premio Internacional Casa de las Américas, Cuba, 2006. En este mismo sentido podemos mencionar actividades en otras disciplinas artísticas en trabajos como: “Elegía por la muerte de un chancho”, canciones, 1980-1982, que musicalizara el destacado dúo Nelson Schwenke-Marcelo Nilo; obras de teatro y la realización de talleres de poesía promovidos por la Fundación Neruda en Temuco.
II
“Karra maw’n”
Antes de ingresar en el libro que nos ocupa, “Riedemann Blues”, detengámonos un momento en el primer libro de Riedemann: “Karra Maw’n”, libro indispensable para las letras nacionales y que marca el inicio de la poesía de este autor, el cual viene a imprimir sus primeros objetos de interés en este texto que pasamos a comentar brevemente para dar luces sobre las dimensiones de este poeta, que mantiene un hilo conductor importantísimo para la construcción en cuanto a señas de identidad en este país plurinacional y diverso, cosa que se refuerza con esta última entrega.
El subtítulo de “Karra Maw’n” es decidor: “Blues Mapuches”. El blues como un canto, un grito de dolor y de tristeza emitido desde el sur, desde el lluvioso Valdivia el año 1984, hace 35 años, en plena dictadura militar. Desde el primer poema “Calidad del suelo, del agua y del aire en Karra Maw’n” ya podemos ver la escisión que el autor hace de su poesía con relación al canon o más estrictamente con la academia, donde propone que la vida y el lenguaje del mapuche es “poesía hermética para el académico”, donde el hablante asume la voz de un cronista, una persona que relata el tiempo que le ha tocado vivir o una experiencia determinada en un contexto determinado en un lugar o suma de lugares donde se da un acontecimiento digno de ser relatado, como lo hace en el poema “De lo que acontece cuando el cronista se aleja de su tierra”, en que escribe que “los cachorros del trapial (…) gimen porque la lluvia/ se ha quedado sin poeta”, sugiriendo con esto que es el poeta el que no tan solo nombra las cosas; sino que es el que les da vida o sentido al ser de las cosas. En el poema “La maldad del Wekufe”, el autor nos brinda una mirada antropológica en que, después de realizar sus observaciones, éste nos entrega su síntesis: “No mejores, ni peores/ sólo diferentes,/ como lo son entre sí, el Martini on the rocks/ y la chicha de maqui”, donde establece que lo diferente no es algo opuesto o antagónico y que es la inclusión y la diversidad la clave de este poema, así como también en “El árbol de la vida” donde el poeta realiza una verdadera etnografía: “la primera población marginal de Karra Maw’n/ fue la de los indios/ que habían nacido/ en Karra Maw’n” en clara denuncia anticolonialista, cuestión que se potencia en el siguiente poema “De cómo la indiada le perdió el respeto a los caballeros” en que da cuenta de cómo los mapuche descubrieron que el español era humano igual que ellos, fortaleciendo la imagen de igualdad en la diversidad. En “Un blues mapuche” el ejercicio de importancia es que en la construcción del poema el autor mezcla y hace convivir en un mismo poema varios registros del habla, destacando y a la vez aunando las diferencias entre esa categorías: “hubo canturreo triste (…) sangre hecha rimas por Ercilla (…) se había cumplido el augurio del chucau/ ave selvática Pteroptochus”, cosa que se vuelve una constante en el libro. Tratamiento aparte merece uno de los pocos poemas en prosa del libro llamado “El hombre de Leipzig” donde el autor hace una apología a su padre, donde canta sus raíces trasplantadas: “el hombre de Leipzig, el carpintero, me trajo a la tierra en el lápiz de su oreja, de donde he bajado para organizar el mundo con palabras”, celebrando su linaje que le da la posibilidad de hacerse poeta para volver a hacer el mundo en una nueva clave, en un nuevo territorio, entorno y contexto. Otra perspectiva se abre en el poema “De porqué los nativos no eran perezosos según se creía”, donde hay una marcada tendencia a evidenciar una mirada etnocéntrica progresiva y despectiva por parte de los colonos y chilenos frente al mapuche: “Valientes guerreros/ heroicos libertarios/ bandidos sangrientos/ flojos/ borrachos/ taciturnos/ ignorantes/ retrógrados”, escogiendo calificativos de conductas y formas de ser del mapuche a conveniencia en relación al ejercicio de dominio y anulación de éste por parte de los extranjeros en su propia tierra. En “importancia económica de los cabezas amarillas en el valle de Karra Maw’n” también apreciamos varios registros del habla: “Los campos de Karra Maw’n estaban llenos de maleza/ por carencia de tractores y cachativa –se dijo”, donde a las palabras tractores, cachativa, también se suman otras como western, per cápita, kurilonkos, auf wiedersehen, holstein, entre muchas otras que dan un sello multicultural y variopinto no tan sólo a la poesía de Riedemann, sino que a Chile y sus habitantes, cosa que se quiere mantener oculta en lo político y lo social con el único fin de mantener el estatus quo así mismo como en “Shalamankatún”, poema donde extrae citas de discursos y documentos de la historia de Chile propios de Cornelio Saavedra, político y militar responsable de la ejecución de la mal llamada “Pacificación de la Araucanía”, que no fue otra cosa que una guerra sin aviso que levantó el Estado de Chile contra el pueblo nación mapuche para consolidar la dimensión territorial del país a costa de negar y arrasar, desconociendo tratados, parlamentos y acuerdos que hicieran con el país Mapuche. En este poema podemos ver una conversación, una discusión en que el colonialismo y el etnocentrismo galopan en desmedro de los naturales, donde también se pueden apreciar varios registros del habla: “¿Para qué queréis la tierra?/ no sabéis qué hacer con ella/ sembráis, nada más, para llenar el buche./ no hacéis marketing (…) ¿decís que vuestros ritos son sagrados?/ ¿dónde están las iglesias?// La naturaleza es nuestro templo”. Así, no es casualidad que el siguiente poema sea “Pacificación y angustia”, poema que nos hace ver las formas del interés mezclado a la perversión: “con suave risa complaciente planifica el hombre las guerras de exterminio”, reforzando las ideas del poema anterior, así mismo como en “El sueño del Wekufe”, donde exclama que “No hay mapuches./ Lo que hay/ es medio millón de arrinconados./ la ley dice: No hay mapuches. Somos todos/ Chilenos”. En la última parte de este libro llamada “Otros escritos de suyo pertinentes para el plan jeneral desta obra” en el que aparece el poema “La infancia del cronista”, podemos estimar que estamos frente a un autorretrato donde el autor más bien se autobluesea: “¡Oh búho absurdo!/ póngase de pie sobre estos hombros/ y entregue significados/ que ardan como estrellas”, por lo que podemos pensar en una obra redonda, esférica, porque termina hablando de una figura lingüística que es el significado, al igual como lo hiciera al comienzo del libro, en el poema “La calidad del agua, del suelo y del aire en Karra Maw’n”, cuando dice “No era baldía aquella tierra./ Bastaba con mirarla, sostenidamente/ durante tres o cuatro lunas/ y reventaban en los tallos/ las metáforas”, lo que puede traducirse como que es el lenguaje y sobre todo la poesía los que provienen de la naturaleza; y del hombre sólo la aberración y que éste, mediante la poesía, trata de obtener la redención histórica no tan sólo para él, sino que para todo hombre y mujer de buenas intenciones.
Por lo anteriormente expuesto podemos decir que “Karra Maw’n” es un texto que aborda temáticas determinantes para comprender el colonialismo como uno de los principales pilares en la construcción identitaria del país, en que elementos de raíz mapuche así como extranjera nos proveen la imagen de Chile como lo conocemos el día de hoy, fruto de un pueblo arrasado que mantiene la memoria y por la cual lucha contra el olvido; fruto también de un Estado rascamente imperial que niega sus orígenes plurinacionales, donde el autor hace un tratamiento del lenguaje con un amplio registro del habla que no va tan sólo del mapuche o mapudungún al español; sino que también del alemán al inglés, con los que da una imagen absolutamente contemporánea a su voz poética al manejar temas siempre actuales que se renuevan en un contexto que no aprende de los errores y fracasos; pues anular la diferencia no ha sido sólo materia territorial y de intereses económicos, sino que también materia de pensamiento y cuestiones de carácter político, como trata en “Riedemann Blues”, su último libro que expresa los horrores de la dictadura y sus consecuencias que se arrastran hasta el día de hoy.
III
“Riedemann Blues”
Lo que primero salta a la vista es que este texto está escrito íntegramente en tercera persona, lo que provoca un doble efecto que tiene que ver con que el autor habla de un otro que representa a una comunidad completa; y que también habla de sí mismo visto desde fuera, en perspectiva, pleno gracias al volumen del tiempo que le ha permitido observar y observarse, reflexionar como un sujeto de memoria que representa no tan sólo al conjunto de víctimas del genocidio dictatorial, sino que también a un país herido en la lucha por un país más justo, solidario y humano, que tiene la capacidad de levantarse gracias a estos ejercicios espirituales y de justicia que se hacen no tan sólo a nivel jurídico, sino que también poético, como es el caso que ahora apreciamos y comentamos críticamente en el libro de Riedemann.
El primer grupo de poemas, que se encuentran bajo el título “Falsos Blues”, arranca con el poema “Fall’s Blues” donde opera en el lenguaje ocupando frases que toman un sentido inusitado y que a ratos asombra, como cuando dice que “El otoño (…) le ha dejado sin trabajo (…) a pesar que escribe poesía, que también es hembra (…) le pide a Alá –o a otro Dios cualquiera- que la empresa privada le recoja en sus senos (…) y que la poesía –que también es hembra- nunca le abandone” como si se autoconfiriera una bendición para la aventura en que se embarca, un encantamiento, un sortilegio justo al inicio, en el primer poema que abre el libro. En “Llévame hasta el fin del mundo” nos encontramos frente al escape de un mundo o una comunidad de la cual el hablante se siente expulsado, rechazado, perseguido, que le provoca un estado de incomodidad tal que éste “se ha instalado en los bordes de la carretera (…) junto a la cuneta”, un poco más allá de la marginación. En “Sueña que no puede dormir” habla directamente de quienes no pueden dormir por problemas que perfectamente pueden ser de carácter económico en un mundo decadente como el más que hemos hecho llegar hasta nuestra propia existencia, en que la competencia arrecia por los cuatro costados “ve gente haciendo S.O.S., encaramada en los techos de sus propias casas”. Un mundo en debacle. La falta de sueño es un sueño más que podría remediarse por la ocurrencia de un milagro, que no aparece en medio de la injusticia, mas “Confiesa que cuando llega el amanecer y presta oídos al canto de los pájaros, se sorprende pensando en la bondad y la belleza que aún persiste en el mundo”. En “Hans Pozo Blues” refuerza la imagen del despojado, del marginal sin esperanza, un desaparecido en plena democracia, democracia que no se preocupa de sus hijos perdidos. Un descuartizado que vuelve a cubrir de drama y horror el mundo que este poema recoge para levantarlo como una víctima de un pueblo o país en extremo individualista, producto del funcionamiento a toda máquina de un neoliberalismo voraz. En “Tenía que ir a Auschwitz” el poeta reúne escenarios de terror en que Chacabuco, Treblinka, el mismo Auschwitz, Llancahue, Guantánamo o Isla teja “donde una vez estuvo preso” comparten el mismo espacio de sacrificio donde se ha masacrado a la humanidad en pos de una supuesta “limpieza” que en Chile ha sido comandada tanto por civiles como militares no una, sino que muchas veces y que continúa haciéndolo contra los mapuche y otros defensores del medio ambiente. Pero el poeta canta con esperanza y amor por la humanidad, “aseguró que iría allí y soplaría sobre el suelo ceniciento para que las almas de esos pobres diablos suban hacia lo alto y desciendan luego, como amorosa lluvia sobre los campos”. Al igual que en “Hans Pozo Blues”, en “El jardinero Oróstica” la vida de un ser humano termina gracias esta vez a un accidente laboral: “Acaban de encontrar su cuerpo, rasmillado, bien asfixiado y muerto, a los sesenta y cuatro de vivir ¿Cómo puede ocurrir tal cosa en un país moderno?” poema que me atrevo a decir contiene un espeso humor negro sin el cual no se podría respirar. Poemas del estupor causado por una sociedad que se desarrolla como una enfermedad. En el poema “Por las grandes alamedas” se muestra la ambición misma que tienta al que primero se preguntaba “Cómo es que el hombre no puede acabar con la miseria y cómo es que yo no termino de aceptarlo?” en un desarrollo más bien macabro del poema en que también la voz se juega con versos que evidencian un quiebre de su ética y moral al decir “¿No será mejor aprender a calcular los intereses mientras se jala del gatillo?”. Pareciera que es el mismo neoliberalismo el que lleva de la mano a la voz poética que manifiesta que “Luego pensó cuan inteligentes son aquellos que mantienen las enfermedades catastróficas, para hacer fortuna con las drogas que quizás las curen y cuán práctico resulta dejar morir a quien no puede pagar”, muerte por enfermedad que se viene a sumar a la muerte por la exclusión social en “Hans Pozo Blues” y a la muerte por accidente laboral en “El jardinero Oróstica”. Otra cosa muy distinta pasa en “El blues de la China” donde el autor realiza un trabajo similar a los mecanismos poéticos de Nicanor Parra, donde crea una danza de personajes pertenecientes a múltiples sistemas, los que representan los nudos humanos que van tejiendo el mundo, donde el autor se expresa humorísticamente al decir a uno de los personajes: “Oye Ratzinger –le dijo- apóyame con unas lucas”, donde aparecen otros ligados al arte y a la política, como son: Zurita, Pepe Cuevas, Humphrey Bogart, Maquieira y Michelle, poema con el cual el autor relaja la lectura que de pronto vuelve a colocarse horrorosa. El hablante, a medida que va desarrollándose el poema, se vuelve cada vez más misterioso y enigmático, atravesado de dolor y portador de experiencias traumáticas, que bien podría ser cualquiera de nosotros. En el poema “Siempre hay una boda los sábados en la ciudad” el poeta habla de su separación y la invitación que se le hace de ir a un matrimonio, situación de la que también arranca una dimensión de la memoria donde se invierte pasado y futuro colocando en evidencia lo relativo de la temporalidad en que el fracaso ya no late, sino que pulsa y punza: “Una vez Melina me invitó a una boda un día sábado. Estás loca –le dijo- estoy separado y no seré bien visto por los felices noviecitos, pues les recordaré el porvenir. Por otra parte, a mi mismo me recordará el pasado del que deseo liberarme”. Un poema más íntimo que cualquiera de los otros del libro, en el que una especie de fuerza centrífuga lanza otro tipo de dolor a gravitar en torno al mundo poético del autor.
En el segundo grupo de poemas “Blues Subterráneos” encontramos un poema llamado “Estación los Héroes”, lugar que todos conocemos como una estación del metro de Santiago, inaugurada el año 1975 en honor a los héroes de la guerra del pacífico, donde Riedemann nos invita a apreciar la heroicidad que describe como una cuestión de psiquismo y acciones concatenadas en una serie de factores como: “es estar al tanto de lo que está ocurriendo (…) es comunicar lo que dicta la conciencia (…) es actuar en consecuencia” donde hace gala de su ironía, frente a lo que termina mirándose al espejo para encontrar la interrogante vital, el pensamiento perentorio en partes del poema como “Quizás ya estés muy viejo para ser un héroe (…) quizás valga la pena coronar una vida de cinismo y probar con un acto heroico”, para terminar emplazando al lector con las frases “¿Y ustedes? ¿Tienen alguna idea al respecto?”. En “Temor de entrar en las carnicerías” el tema cambia bruscamente para pasar al horror sin mediación más que el poema mismo donde declara que “en las grandes paletas de vacuno colgando de los ganchos de hierro veía los cuerpos de sus amigos en las salas de tortura”, poema que huelga comentar nos trae a la mente la imagen del vacuno sacrificado colgando de los ganchos de una carnicería de Rembrandt, el pintor holandés. Y sí, al contrario de lo que decía Theodor Adorno, sí existe la posibilidad de la poesía después de Auschwitz, aunque tenemos que considerar que en ese sentido ésta, la poesía, ya no será la misma después de ese evento cúspide en la dislocación de la humanidad a costa de ella misma, donde el atropello, el fascismo, la xenofobia, el racismo y todas las formas del colonialismo hacen girar la rueda del horror que el autor también retrata magistral, dolorosa y sólidamente en el poema “No quería ser un Rolling-Stone”: “De pronto vinieron unos tipos con pistolas, lo golpearon terriblemente en los flancos”, para terminar el poema diciendo que “sólo se oía el sonido del mar, la espuma del oleaje lavando la sangre esparcida momentáneamente sobre las rocas”. Los poemas que siguen son simplemente sobrecogedores. Nos referimos a “Áurea” y a “Notas de Áurea en septiembre de 1973”, ambos relacionados al esfuerzo de una madre, esposa y dueña de casa que, primero que todo, se vio en la obligación de hacer cola para todas las cosas de la vida: “la cola del pan (…) obtener la matrícula fuera de plazo en la escuela (…) comprar un Hilton (…) cobrar la pensión (…) pagar la multa de los impuestos atrasados (…) para que atendieran a su esposo en la unidad de tratamientos intensivos (…) para que restituyeran el suministro de la energía eléctrica”, un verdadero sometimiento, un calvario, hacer cola para ver a su hijo preso por la dictadura, tan terrible como el diario de vida, de horror, búsqueda y espera que ella mantiene mientras pesquisa el paradero de su hijo desaparecido antes que supiera de su presidio: “¿Qué será de tu persona hijo mío? (…) ¿Estás vivo? (…) no sé si volveré a verte, estoy fría y dura, rumiando mi rabia y pena. Creo que la mierda en vez de cagarla la voy a escupir (…) así como está Chile en estos días sólo me identifico con las madres que, como yo, lloran a sus hijos queridos”. En “El hombre araña y supermán” el poeta escenifica la tortura que padece padre e hijo queriendo ser el hombre araña y supermán respectivamente para poder rescatarse el uno al otro para poder escapar del suplicio: “lejos, muy lejos, por sobre los campos y las ciudades, y a través de las ciudades y las épocas, hasta detenerse en un paisaje vacío, al margen de la semántica”, porque de seguro ya no hay palabras para describir el tormento. En “Entrevista con su padre”, poema en memoria de Clemente Riedemann Wenzel, el poeta trata a la muerte como adiós y como liberación dolorosa, como una pasión que, al estar encarcelado e ir a visitar a su padre experimenta todo un aspecto nuevo del dolor y de la ternura mezcladas mientras “afuera reinaba el terror”, un poema de la desolación en la muerte que aún debe afectar a muchos compatriotas víctimas de la dictadura. En “Crónicas marcianas” podemos ver el consumo como el verdadero motor de la atomización social que se refleja como una práctica y una táctica de dominio y manipulación de una sociedad dormida, “pero pasan por alto que sus verdugos han levantado un muro para que no se pongan de acuerdo (…) sin embargo, se divierten como si todo fuese de perlas, pero no aprovechan esa energía para romper sus cadenas”. Lo que sigue es la voz poética que explora en las fichas y legajos del informe Rettig y sus 2.279 casos de violaciones a los derechos humanos en dictadura y que de cualquier manera debiera servir para sensibilizar sobre este tema que aún no hemos asimilado como sociedad y que muchos de nuestros políticos aún niegan, con la oscura esperanza de callar el himno, el réquiem, la música fúnebre como blues de fondo que es la banda sonora que nos acompañará día y noche hasta que no se haga justicia y reparación.